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Manuel Bernáldez / @linthucillo

Existió cierta época en la cual el ciclismo ya no era considerado como un deporte de riesgo, al contrario de lo que ocurría durante los primeros años de este deporte. No obstante, el componente heroico y épico aún permanecía intacto. En la España de los años 50, tan necesitado el país de alegrías como estaba, el ciclismo salió al rescate. Un jovencito de Toledo debutó en el Tour de Francia de 1954 haciendo saltar la banca en la clasificación de la montaña, ganando el maillot distintivo en su debut. Su nombre era Federico Martín Bahamontes.

Su rivalidad con Jesús Loroño marcó sus primeros años

Una temporada después, y tras el traslado a Barcelona que le dio la posibilidad de hacerse profesional, el corredor manchego completó una campaña con muchos sobresaltos debido a su incipiente rivalidad con Jesús Loroño, ciclista coetáneo del ‘Águila de Toledo’. Así, su primera aparición en la Vuelta a España se saldó con un discreto bagaje.

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Ya en 1956, Bahamontes comenzó a asomarse por los primeros puestos de la general de la Grande Boucle, finalizando en cuarta posición. El toledano firmó otro cuarto lugar en la Vuelta, pero, en este caso, se vio una vez más empañado por sus enorme rivalidad con Loroño. Precisamente, esta confrontación, que le acompañarían durante buena parte de su carrera, implicó también al seleccionador español de por aquel entonces, Luis Puig, quien no supo reconducir la situación para sacar el mejor partido de ambos ciclistas.

1959: el ‘Águila’ aterrizó para conquistar París

Tras sus desencuentros con su máximo contrincante y la desconfianza que tenía ya enquistada con Puig, decidió encomendar su dirección de carrera a Fausto Coppi, gran ciclista italiano y buen amigo del toledano. Su primer gran objetivo en 1959, la Vuelta, terminó de manera prematura en la etapa 11. Sin embargo, lo bueno aún estaba por llegar.

Foto: Bahamontes, dialogando con Alberto Contador durante el Tour de Francia

El Tour de Francia le esperaba. Una batalla más, y ya iban cinco desde su debut, en terreno galo. Aquella edición, exigente como cualquier otra, no estuvo exenta de polémica. Por entonces, la prueba francesa se disputaba por equipos nacionales, y no por escuadras comerciales, lo que hizo que Dalmacio Langarica, exciclista profesional, escogiese a los compañeros de Bahamontes para el Tour y determinase los roles que éstos desempeñarían. Así, el seleccionador entregó el liderato al propio Bahamontes y a Antonio Suárez, los dos primeros de los nacionales en ruta. Evidentemente, este hecho provocó la ira de Loroño, quien decidió no formar parte del equipo español que acudiría a la Grande Boucle.

Llegó la carrera más importante del calendario y el ‘Águila de Toledo’ voló sobre las montañas pirenaicas, justo antes de aguantar las acometidas de sus rivales en los Alpes. Poco pudieron hacer Henri Anglade y un deslucido Jacques Anquetil, el cual se encontraba en el preludio de su etapa hegemónica. El 18 de julio, Bahamontes entraba en París vestido de amarillo, donde Fermina, su esposa, le esperaba repleta de emoción. Él puso la primera piedra del muro español en el Tour. Fue el inicio de un legado que se ha extendido hasta tiempos recientes.

La detención del vuelo

Desde su retirada (antes de la cual cosechó dos podios más en la cita gala) en 1966, el manchego ha seguido permanente vinculado al deporte del pedal. Inicialmente, a través de su propia tienda de bicicletas, sitiada en Toledo y cuya historia se extendió hasta 2004 tras 45 años de existencia. Además, ha sido director y uno de los fundadores de la Vuelta a Toledo, siendo esta una de las carreras más notorias del calendario nacional sub23. Recientemente, el español confesó no haberse subido a una bicicleta desde su adiós definitivo, salvo en una ocasión: durante un homenaje fúnebre a su amigo Luis Ocaña. Leyenda pura.